lunes, 2 de mayo de 2016

3 PARÁBOLAS Y SEMEJANZAS

En ese momento, el corazón de Shariputra danzó de alegría. De inmediato se puso de pie, unió las palmas de sus manos, contempló con reverente actitud el rostro del Honrado y dijo al Buda:
—En este preciso momento, al escuchar en boca del Honrado por el Mundo esta voz que expresa la Ley, siento como si mi mente bailara: he adquirido algo que nunca antes había logrado. ¿Por qué lo digo? Porque, en el pasado, cuando escuché al Buda expresar una Ley de esta naturaleza y vi que a los bodisatvas se les anunciaba que, en el futuro, lograrían la Budeidad, yo y los demás sentimos que no teníamos cabida en ese asunto. Nos afligió profundamente pensar que jamás obtendríamos la introspección inconmensurable de El Que Así Llega.
»Honrado por el Mundo, he vivido siempre en un bosque de mon- taña o en soledad, bajo los árboles; ya sea sentado o bien caminando, siempre he estado preguntándome: “Ya que yo y los demás también hemos conocido la verdadera naturaleza de los fenómenos, ¿por qué El Que Así Llega emplea la enseñanza del pequeño vehículo para guiarnos a la salvación?”.
»Pero la falta es nuestra, no del Honrado por el Mundo. ¿Por qué lo digo? Si hubiéramos estado dispuestos a esperar hasta que se predicara el verdadero medio para llegar a la iluminación suprema y perfecta, sin falta nos habríamos liberado a través del gran vehículo. Pero no comprendimos que el Buda empleaba medios hábiles, y que su prédica se ajustaba a lo apropiado en función de las circunstancias. Así que, cuando oímos hablar de la enseñanza del Buda por primera vez, de inmediato creímos en ella y la aceptamos, suponiendo que habíamos adquirido comprensión.
»Honrado por el Mundo, desde hace mucho tiempo, de día y de noche, este pensamiento ha venido atormentándome sin descanso.
Pero ahora he escuchado del Buda lo que nunca antes había oído, una Ley nunca antes conocida en el pasado, que ha puesto fin a todas mis dudas y pesares. Mi cuerpo y mi mente se han sosegado, y me embarga una espléndida sensación de paz y de seguridad. ¡Hoy, por fin entiendo que, en realidad, soy hijo del Buda, nacido de la boca del Buda, nacido a través de la conversión a la Ley, y que me he ganado mi parte en lo que respecta a la Ley budista!
En ese momento, deseoso de manifestar su intención una vez más, Shariputra habló en verso y dijo:

—Cuando escuché el sonido de esta Ley,
obtuve lo que nunca antes había tenido.
Mi mente se colmó de inmenso júbilo,
y corté los nudos de las redes de la duda.
Desde el pasado, he aceptado las enseñanzas del Buda:
el gran vehículo no me ha sido negado.
El sonido del Buda se deja oír muy pocas veces,
pero nos libera a los seres del desconsuelo.
Ya he puesto fin a los desbordamientos y,
al escuchar esto, quedo libre también de las aflicciones y de toda
congoja.
He vivido en valles de montaña
o bajo los árboles del bosque;
sentado o caminando,
siempre he cavilado sobre este asunto,
que tanto me agobiaba.
«¿Por qué he sido engañado? —me decía—.
Yo y los otros también somos hijos del Buda,
todos hemos entrado por igual en la Ley sin desbordamientos,
pero en los tiempos venideros
nunca podremos exponer el Camino insuperable.
¡Nunca podremos adquirir
el cuerpo dorado, los treinta y dos rasgos,
los diez poderes y las diversas emancipaciones,
aunque todos compartamos una sola Ley por igual!
¡Y habremos perdido méritos
tales como las dieciocho propiedades indivisas
y las ochenta clases de características espléndidas!».

Y así paseaba, en soledad,
cuando vi en medio de la gran asamblea al Buda
cuya reputación se extendía a las diez direcciones,
impartiendo beneficios a los seres humanos a lo largo y a lo ancho,
y pensé: «¡Me encuentro privado de tales beneficios!
¡Hasta qué punto he sido engañado!».
Constantemente, día y noche,
cada vez que ponderaba esta cuestión
quería preguntar al Honrado por el Mundo
si había sido despojado de todo eso o no.
A cada instante, cuando veía al Honrado por el Mundo
elogiar a los bodisatvas,
día y noche
cavilaba sobre este asunto.
Pero ahora que escucho la voz del Buda,
veo que predica la difícil Ley libre de desbordamientos
de acuerdo con lo apropiado
para guiar a las personas al lugar de la iluminación.
Antes me aferraba a ideas erróneas
y actuaba como un maestro de brahmanes.
Pero el Honrado por el Mundo, consciente de lo que había en mi
mente,
erradicó mis errores y predicó el nirvana.
Quedé liberado de todos mis yerros
y pude comprender la Ley de la vacuidad.
En ese momento, mi mente me dijo
que había llegado al nivel de la extinción,
pero ahora comprendo
que esa no era una extinción verdadera.
Cuando llegue mi momento de ser un buda,
poseeré en su totalidad los treinta y dos rasgos,
y harán ante mí gestos de reverencia los seres humanos y celestiales,
los muchos yakshas, los dragones y otras criaturas.
Cuando llegue ese momento, podré decir
que, al fin, todo ha sido erradicado sin dejar remanentes.
En medio de la gran asamblea, el Buda
declaró que yo llegaría a ser un buda.
Cuando escuché el sonido de esta Ley,

desaparecieron mis dudas y remordimientos.
 Al principio, cuando escuché predicar al Buda,
 mi mente se llenó de azoramiento y de dudas.
«¿No será este un demonio que finge ser el Buda
e intenta confundir y perturbar mi mente?», pensé.
Pero el Buda empleó diversas causas,
semejanzas y parábolas, todas expuestas con elocuencia,
y su mente fue serena como el mar.
Por eso, al escucharlo, me libré de las redes de la duda.
El Buda dijo que en épocas anteriores
los incontables budas que habían pasado a la extinción
habían habitado y reposado en los medios hábiles,
y todos habían predicado esta Ley por igual.
Los budas del presente y del futuro,
en número incalculable,
también expondrán esta misma Ley
valiéndose de medios hábiles.
Del mismo modo, el actual Honrado por el Mundo,
habiendo nacido y, luego, tomado distancia de su hogar,
adquirió el Camino e hizo girar la rueda de la Ley,
y también él utilizó eficaces medios para predicar.
El Honrado por el Mundo predica el Camino verdadero.
Papiyas nunca lo haría.
Por eso sé con certeza
que este no es un demonio que finge ser el Buda.
Porque caí en las redes de la duda
supuse que esto sería una función diabólica;
pero ahora que escucho el sonido del Buda, suave y cordial,
profundo, potente, maravilloso y  sutilísimo,
mientras él expone y predica la Ley pura,
mi mente se inunda de gran alborozo.
Mis dudas y remordimientos terminan para siempre,
y ahora viviré y descansaré en la verdadera sabiduría.
Estoy seguro de que llegaré a ser un buda,
venerado por los seres humanos y celestiales,
que haré girar la rueda de la Ley insuperable
y enseñaré y convertiré a los bodisatvas.

En ese momento, el Buda dijo a Shariputra:
—Ahora, en medio de esta gran asamblea de seres humanos y celestiales, de shramanas, brahmanes y otros seres, digo lo siguiente. En el pasado, bajo la guía de veinte mil millones de budas, en bien del Camino insuperable te enseñé y convertí en forma incesante. A lo largo de la ex- tensa noche, me seguiste y aceptaste mi instrucción. Y como usé medios hábiles para guiarte y conducirte, naciste en el seno de mi Ley.
»Shariputra, en el pasado te enseñé a aspirar al Camino del Buda, y a jurar que accederías a él. Pero ahora has olvidado todo eso y, en cambio, crees haber logrado ya la extinción. Como quiero que recuerdes y tengas presente el Camino que originariamente juraste seguir, en bien de los que escuchan la voz estoy predicando este sutra del gran vehículo, llamado el Loto de la Ley prodigiosa, una enseñanza para instruir a los bodisatvas, custodiada y conservada en la memoria por los budas.
»Shariputra, en las épocas futuras, cuando hayan transcurrido kalpas incontables, ilimitados, inconcebibles, harás ofrendas a miles, decenas de miles, millones de budas, y honrarás y mantendrás las enseñanzas correctas. Cumplirás cada aspecto del Camino del bodisatva y podrás llegar a ser un buda llamado El Que Así Llega Fulgor de Flor, digno de ofrendas, de conocimiento recto y universal, de perfecta claridad y conducta, bien en- caminado, conocedor del mundo, sabio sin parangón, mentor de la gente, maestro de seres humanos y celestiales, Buda, Honrado por el Mundo.
»Tu reino se llamará Inmaculado, la tierra será llana y suave, pura y bellamente adornada, pacífica, abundante y feliz. Allí prosperarán los seres humanos y los seres celestiales. El suelo será de lapislázuli, unido por rutas trazadas en las ocho direcciones, y habrá cordeles de oro delimitando sus fronteras. A la vera de los caminos crecerán filas de árboles cuajados de tesoros de las siete clases, que darán flor y fruto en forma constante. Y El Que Así Llega Fulgor de Flor empleará los tres vehículos para enseñar y convertir a los seres vivos.
»Shariputra, cuando aparezca este Buda, aunque no sea una época corrupta, a causa de su juramento original él predicará la Ley empleando los tres vehículos. Su kalpa se conocerá como Adornado de Grandes Teso- ros. ¿Por qué se lo llamará así? Porque en esa tierra, a los bodisatvas se los considerará grandes tesoros. Allí habrá bodisatvas en cantidad incalculable, ilimitada, inconcebible, más allá de toda posibilidad de cálculo o de semejanzas y parábolas. No hay forma de conjeturar cuántos, sin emplear el poder de la sabiduría del Buda. Cada vez que estos bodisatvas

deseen caminar hacia cualquier sitio, sus pies se transportarán sostenidos por flores de piedras preciosas. Y no habrán concebido el deseo de lograr la iluminación en épocas recientes; antes bien, habrán pasado un largo tiempo plantando raíces de virtud. Bajo la guía de incontables cientos, miles, decenas de miles, millones de budas, habrán llevado a cabo sus prácticas de Brahma en forma intachable, y habrán sido felicitados por los budas en forma permanente. Habrán cultivado la sabiduría del Buda a cada instante, para adquirir grandes poderes trascendentales y entender cabalmente las puertas que abren todas las doctrinas. Serán rectos e íntegros, y en ellos no habrá hipocresía; tendrán firme intención y firmes pensamientos. Así serán los bodisatvas que abundarán en esa tierra.
»Shariputra, la vida del buda Fulgor de Flor durará doce kalpas meno- res, sin contar el tiempo de su existencia anterior como príncipe, antes de llegar a ser un buda. La vida de los habitantes de su tierra se extenderá durante ocho kalpas menores. Cuando El Que Así Llega Fulgor de Flor haya vivido doce kalpas menores, profetizará que el bodisatva Firme y Pleno logrará la iluminación suprema y perfecta. Anunciará a los monjes: “Este bodisatva Firme y Pleno será el próximo en llegar a ser un buda. Se lo conocerá como Pies de Flores Que Caminan a Salvo, tathagata, arhat, samyak-sambuddha. Y su tierra de Buda será como la mía”.
»Shariputra, cuando el buda Fulgor de Flor haya pasado a la extinción, la era de la Ley Correcta durará treinta y dos kalpas menores, y la era de la Ley Falsa durará otros treinta y dos kalpas menores.
En ese momento, deseoso de manifestar su intención una vez más, el Honrado por el Mundo habló en verso y dijo:

—Shariputra, en las eras futuras
llegarás a ser un buda venerable, de sabiduría universal,
llamado Fulgor de Flor,
y salvarás a multitudes incalculables.
Harás ofrendas a infinidad de budas, poseerás todas las prácticas de bodisatva,
los diez poderes y otros beneficios,
y alcanzarás el Camino insuperable.
Cuando hayan pasado incontables kalpas,
tu kalpa se llamará Adornado de Grandes Tesoros.
Tu mundo, Inmaculado de nombre,

será puro, sin fallas ni impurezas.
Tu tierra de lapislázuli,
surcada por rutas delimitadas por cuerdas de oro,
tendrá árboles cuajados de siete clases de joyas y de profusos
colores
que darán constantemente flores y frutos.
Los bodisatvas de ese mundo
siempre tendrán firme intención y firmes pensamientos.
Y cada uno estará dotado de paramitas
y de poderes trascendentales,
y a las órdenes de budas incontables
estudiarán con diligencia el Camino del bodisatva.
De este modo convertirá a estos grandes hombres
el buda Fulgor de Flor,
un buda que, en su temprana vida de príncipe,
abandonará su país y su gloria secular,
y en su encarnación final
dejará a su familia y adquirirá el Camino del Buda.
La vida del buda Fulgor de Flor durará
doce kalpas menores en el mundo.
Y los numerosos habitantes de su tierra
vivirán durante ocho kalpas menores.
Cuando ese Buda haya pasado a la extinción,
la Ley Correcta perdurará en el mundo
durante treinta y dos kalpas menores
y salvará a los seres vivos por doquier.
Y cuando la Ley Correcta se haya extinguido,
la Ley Falsa prevalecerá otros treinta y dos kalpas menores.
Las reliquias del Buda circularán  extensamente,
y en todas partes serán honradas con las ofrendas de seres humanos
y de seres celestiales.
Todos los actos del buda Fulgor de Flor
serán tal como he expresado;
este ser supremo y sin par,
el más digno y honorable de los seres con dos piernas,
¡no es otro que tú,
y por eso debes regocijarte y sentirte afortunado!

En ese momento, cuando las cuatro clases de creyentes —es decir, los monjes, monjas, laicos y laicas— y los seres celestiales, dragones, yakshas, gandharvas, asuras, garudas, kimnaras, mahoragas y otras criaturas de la gran asamblea vieron que el Buda profetizaba a Shariputra que este lograría la iluminación suprema y perfecta, sus corazones se colmaron de alegría indescriptible, y todos bailaron sin cesar. Cada uno se quitó la parte superior de la túnica que llevaba puesta y la obsequió al Buda como ofrenda. El rey celestial Shakra, el rey de Brahma y los incontables hijos de los dioses, asimismo, tomaron sus espléndidas túnicas celestiales, y las ofrendaron al Buda junto con flores celestiales de mandarava y flores de gran mandarava. Y las túnicas celestiales que habían diseminado permanecieron suspendidas en el aire, girando alrededor de sí mismas. En mitad del aire, las criaturas celestiales interpretaron música de cien, mil, diez mil clases distintas, todas al unísono, mientras una infinidad de flores caía desde el firmamento. Y entonces dijeron:
—Tiempo atrás, en Varanasi, el Buda hizo girar por primera vez la rueda de la Ley. ¡Ahora vuelve a hacerlo; vuelve a hacer girar la rueda de la Ley suprema, la más sublime y grandiosa de todas!
En ese momento, los hijos de los dioses quisieron reiterar, esta vez en verso, lo que acababan de decir:

—En el pasado, en Varanasi,
hiciste girar la rueda de la Ley de las cuatro nobles verdades,
trazaste distinciones, predicaste que todas las cosas nacen y se
extinguen,
y están formadas por los cinco componentes.
Ahora, haces girar la rueda de la más sublime
Gran Ley sin parangón.
Esta Ley es muy profunda e insondable,
y muy pocos creen en ella.
Hemos escuchado muchas veces desde tiempos pasados
predicar al Honrado por el Mundo,
pero nunca antes habíamos escuchado
esta Ley profunda, prodigiosa y superior.
Puesto que el Honrado por el Mundo predica esta Ley,
todos la recibimos jubilosamente.
Shariputra, el de la gran sabiduría,
ha recibido ahora esta venerable profecía.

Nosotros también, de la misma forma,
seguramente podremos lograr la Budeidad,
la meta más sublime e insuperable
que hay en todos los mundos.
El Camino del Buda es difícil de escrutar,
pero tú predicarás valiéndote de medios hábiles, y de acuerdo con
lo apropiado.
Las acciones meritorias que hemos realizado
en esta o en pasadas existencias
y los beneficios derivados de ver al Buda,
todos ellos los aplicaremos al Camino del Buda.

En ese momento, Shariputra dijo al Buda:
—Honrado por el Mundo, ya no tengo más dudas ni pesares. El Buda en persona me ha predicho que lograré la iluminación suprema y perfecta. Estas mil doscientas personas cuya mente se ha liberado, en el pasado permanecieron en el estado de aprendizaje, y el Buda constantemente las convirtió y les enseñó, diciendo: «Mi Ley os puede liberar del nacimiento, la vejez, la enfermedad y la muerte; y os permitirá, por fin, lograr el nirvana». Cada una de estas personas, algunas de las cuales todavía estaban aprendiendo y otras ya habían finalizado su aprendizaje, creían que, como se habían despojado de sus ideas sobre el yo y de sus ideas sobre la existencia y la no existencia, ya habían alcanzado el nirvana. Pero entonces oyeron decir al Honrado por el Mundo lo que nunca antes habían oído, y las dudas o la perplejidad se apoderaron de todos.
»Muy bien, Honrado por el Mundo. Te suplico que, en bien de las cuatro clases de creyentes, expliques las causas y condiciones que les harán posible librarse de sus dudas y arrepentimientos.
En ese momento, el Buda dijo a Shariputra:
—¿Acaso no te dije antes que cuando los budas, los Honrados por el Mundo, citan diversas causas y condiciones, y usan semejanzas, parábolas y otras expresiones, y se valen de medios hábiles para predicar la Ley, es todo en pos de la iluminación suprema y perfecta? Todo lo que se predica es con el propósito de convertir a los bodisatvas.
»Es más, Shariputra, yo también me valdré de parábolas y analogías para esclarecer más este principio. Pues las personas sabias pueden adquirir comprensión a través de semejanzas y parábolas.

»Shariputra, supongamos que en determinado pueblo de determinado país vive un hombre muy rico. Ya cuenta muchos años y su riqueza es in- calculable. Tiene numerosos campos, casas y criados. Su propia residencia es enorme y espaciosa, pero tiene una sola puerta. En la casa viven un sinfín de personas: uno o dos centenares, o tal vez quinientas. Los salones y recámaras están viejos y en mal estado; las paredes, resquebrajadas; los pilares podridos en su base; y las vigas y cumbreras, torcidas y dobladas.
»En ese momento, estalla un incendio en los cuatro flancos de la propiedad, que se extiende a todas las salas de la casa. Y adentro están los diez, veinte o acaso treinta hijos de este hombre acaudalado. Cuando el magnate ve crecer el fuego alrededor de la mansión, profundamente temeroso y alarmado, piensa: “Puedo escapar y ponerme a salvo saliendo por el portal en llamas, pero adentro están mis hijos, incautos y absortos en sus juegos, ajenos a todo y sin saber lo que ocurre, sin sentir alarma ni temor”. El fuego los acorrala, y toda clase de dolores y amenazas se ciernen sobre ellos, pero como su mente no tiene conciencia del peligro o del miedo, ¡ni siquiera se les ocurre la idea de escapar!
»Entonces, Shariputra, este hombre rico se dice, para sus adentros: “Tengo fuerza en mis brazos, y un cuerpo robusto. Podría envolverlos en una manta o ponerlos sobre un banco y arrastrarlos fuera de la casa”. Y no cesa de pensar: “Esta casa tiene una sola puerta, y encima es angosta y de poca altura. Mis hijos son niños aún; no tienen discernimiento, y les encanta jugar. Tan entregados a la diversión se encuentran, que probablemente mueran quemados. Debo explicarles el motivo de mis temores y de mi aprensión. El fuego ya devora la casa… Debo hacer que salgan rápidamente, para impedir que mueran entre las llamas”.
»Habiendo pensado así, ejecuta su plan y vocifera a todos los hijos: “¡Salid de inmediato!”. Pero aunque el corazón del padre está embargado de piedad y sus consejos son buenos, los hijos no quieren prestarle atención, porque están extasiados disfrutando de sus juegos. No sienten miedo ni alarma, ni les interesa marcharse del lugar. Es más, ni siquiera entienden qué es el fuego, qué es la casa o qué es el peligro. Solo corren de aquí para allá, entretenidos, mirando a su padre pero sin reparar en lo que este les dice.
»En ese instante, al magnate se le ocurre esta idea: “La casa ya está envuelta en las llamas de este espantoso incendio. Si mis hijos y yo no nos marchamos de inmediato, moriremos quemados. Tengo que inventar algún medio eficaz que les permita salir ilesos”.

»El padre comprende a sus hijos y sabe qué clase de juguetes y artefactos curiosos capturan su atención, y qué objetos son del agrado de los pequeños. Es así como les dice: “Los juguetes que os cautivan son muy raros y difíciles de hallar. Si no los aceptáis ahora, lo lamentaréis más tarde. Por ejemplo, os he traído carrozas... Carrozas tiradas por cabras, y por ciervos, y por bueyes. Están allí, al otro lado de la puerta, para que juguéis con ellas. Así que… ¡a salir de esta casa en llamas de una buena vez! Y os podréis quedar con la que sea de vuestro agrado.
¡Os las regalo!”.
»En ese momento, cuando los hijos oyen al padre mencionar juguetes tan exóticos, y justo como los que ansiaban tener, sienten el corazón lleno de arrojo y se abalanzan locamente a trompicones, unos contra otros, pugnando por salir de la casa en llamas.
»Entonces, al ver que sus hijos han logrado salir ilesos del incendio y que todos están sentados a la distancia, en el cruce de caminos donde ya no peligran, el hombre rico suspira aliviado y siente que su alma baila de alegría. En ese momento, cada uno de los hijos reclama al padre: “¿Y las cosas que nos prometiste? ¿Los carruajes tirados por cabras, ciervos y bueyes? ¡Por favor, los queremos ahora mismo!”.
»Shariputra, en ese momento, el acaudalado señor da a cada uno de sus hijos una gran carroza, todas del mismo tamaño y de la misma calidad. Son vehículos altos y espaciosos, tachonados de piedras preciosas y protegidos por pasamanos de los cuales penden campanillas. En lo alto, baldaquines cubren la carroza, decorados con diversos ornamentos preciosos, bordeados con trenzas de pasamanería e incrustaciones de piedras, de los cuales penden orlas de flores. En el interior, hay capas de edredones sobre las cuales lucen mullidos cojines de color bermellón. Cada carroza es tirada por un buey blanco, de pelaje puro y limpio, de forma armoniosa y gran robustez, capaz de transportar el vehículo suavemente y sin sobresaltos, a la velocidad del viento. Y además, hay numerosos sirvientes y mozos de cuadra, dispuestos allí para atender y vigilar el carruaje.
»¿Y cuál es la razón? El hombre posee riquezas incalculables, y toda clase de arcas rebosantes de tesoros. Y ha pensado: “Mis bienes no tienen límite. No estaría bien que diera a mis hijos carros de modesta factura. Estos niños son mis hijos, y los amo de manera imparcial. Tengo una incalculable cantidad de grandes carrozas, adornadas con tesoros de las siete clases. Debo ser justo y darle una de ellas a cada uno de mis hijos, sin hacer diferencias. ¿Por qué? Porque aunque distribuyera estos bienes entre todos los habitantes del país, así y todo no se terminarían.
¡Cómo no dárselos, entonces, a mis propios hijos!”.
»En ese momento, los niños se suben a sus grandes carruajes, obtienen algo que jamás habían tenido hasta entonces, algo que en principio ni siquiera habían imaginado alcanzar. Shariputra, ¿qué opinas de esto? Cuando este hombre acaudalado reparte imparcialmente a sus hijos estas grandes carrozas tachonadas de gemas extraordinarias, ¿se puede decir que ha actuado con falsedad?
—No, Honrado por el Mundo —dice Shariputra—. El hombre rico consigue que sus hijos escapen del peligro del fuego y conserven la vida. No comete falsedad alguna. ¿Por qué lo digo? Porque al preservar su vida, los pequeños ya han obtenido el juguete más valioso. ¡Y mucho más habiendo sido rescatados, a través de un hábil medio, de una casa en llamas! Honrado por el Mundo, aunque el hombre rico no les hubiera dado ni el más pequeño carruaje, así y todo no sería culpable de haber actuado falsamente. ¿Por qué? Porque este hombre rico había decidido antes que utilizaría un medio hábil para hacer que sus hijos pudieran es- capar. Emplear un recurso de esta clase no es un acto de falsedad. Cuánto menos lo será, entonces, si el hombre sabe que su riqueza es incalculable y su intención es enriquecer y beneficiar a sus hijos dándoles a cada uno una gran carroza.
—¡Muy bien, muy bien! —dice el Buda a Shariputra—. Es tal como has dicho. Y, Shariputra, El Que Así Llega también actúa así. Es como un padre para la humanidad. Sus miedos, preocupaciones y ansiedades, su ignorancia y sus errores de comprensión han cesado de existir largo tiempo atrás, sin dejar remanentes. Ha podido adquirir en forma plena y cabal infinito poder, introspección y ausencia de temor; ha podido obtener grandes poderes sobrenaturales y el poder de la sabiduría. Está dotado de los paramitas de los medios hábiles y de la sabiduría; su inmenso amor compasivo y su gran piedad son constantes e inquebrantables; en toda ocasión busca lo bueno y lo que beneficia a todos.
»Ha nacido en la casa en llamas, vieja y podrida, que son los tres mundos, para salvar a los seres del fuego del nacimiento, la vejez, la enfermedad y la muerte, las preocupaciones, el sufrimiento, la estupidez, el error de comprensión y los tres venenos; para enseñarles y convertirlos, y permitirles adquirir la iluminación suprema y perfecta.
»Ve languidecer a los seres vivos, consumidos por el nacimiento, la vejez, la enfermedad y la muerte, las inquietudes y el sufrimiento, y
los ve afrontar toda suerte de dolores causados por los cinco deseos y por el ansia de riquezas y de provecho. Y debido a su codicia y a su apego, y a sus afanes, sobrellevan numerosos dolores en su existencia actual, y luego se exponen al dolor de renacer en el infierno, o como animales, o espíritus hambrientos. Aun cuando renazcan en el estado de los seres celestiales o en el de los seres humanos, sufren el padecimiento de la pobreza y la necesidad, el dolor de alejarse de sus seres queridos, la aflicción de encontrarse con los que detestan, y todas las diversas clases de pesares.
»Y sin embargo, hundidos en esta aflicción, los seres gozan y se di- vierten sin tomar conciencia, sin saber, sin sentir alarma ni temor. No conocen la aprensión ni intentan escapar. En esta casa en llamas que son los tres mundos, corren de este a oeste, y a pesar de que experimentan grandes dolores, estos no les causan malestar.
»Shariputra, cuando el Buda ve todo esto, piensa: “Soy el padre de los seres vivos y debo rescatarlos de sus sufrimientos, y darles la dicha de la infinita e ilimitada sabiduría del Buda para que puedan descubrir en ella su solaz”.
»Shariputra, El Que Así Llega también piensa lo siguiente: “Si empleo solamente los poderes sobrenaturales y el poder de la sabiduría; si dejo a un lado los medios hábiles y, en bien de los seres vivos, ensalzo la introspección de El Que Así Llega, sus poderes y su ausencia de temor, los seres no podrán salvarse. ¿Por qué? Porque estos seres vivos no han escapado todavía del nacimiento, la vejez, la enfermedad y la muerte, de las preocupaciones y los sufrimientos, y están consumidos por el fuego de esta casa en llamas que son los tres mundos. ¿Cómo podrían ser ca- paces, entonces, de entender la sabiduría del Buda?”.
»Shariputra, ese hombre rico tiene fuerza en los brazos y un cuerpo robusto, pero no se vale de ellos. En cambio, utiliza un medio eficaz, sabiamente concebido, y así puede rescatar a sus hijos del peligro de la casa en llamas; después, entonces, les da a cada uno de ellos un gran carruaje adornado con gemas exóticas. Y lo mismo hace El Que Así Llega. Aun- que posee poder y ausencia de temor, no recurre a ellos. Tan solo emplea sabiduría y medios hábiles para rescatar a los seres de la casa en llamas que son los tres mundos, y exponerlos a los tres vehículos: el vehículo de los que escuchan la voz, el de los pratyekabuddhas, y el del Buda.
»Les dice: “¡No os deis por satisfechos con permanecer en esta casa en llamas que son los tres mundos! No codiciéis sus burdos y toscos sonidos, formas, aromas, sabores y sensaciones.
Si os apegáis a ellos y aprendéis a amarlos, ¡moriréis quemados! Debéis salir de estos tres mundos de inmediato para poder adquirir los tres vehículos, el vehículo de los que escuchan la voz, de los pratyekabuddhas y del Buda. ¡Os prometo que los conseguiréis, y esta promesa jamás resultará falsa! ¡Solo debéis dedicaros con esfuerzo diligente!”.
»El Que Así Llega emplea estos medios hábiles para incitar a los seres a ponerse en acción. Y les dice: “¡Debéis entender que estas doctrinas de los tres vehículos son elogiadas por los venerables! Ellas son libres, no ofrecen enredos y no dejan nada más por buscar o de lo cual depender. Subid a estos tres vehículos, y con órganos sensoriales libres de desbordamientos, poderes, conciencia, camino, meditación, emancipación y samadhis, disfrutaréis y obtendréis el deleite de una paz y una seguridad inmensurables”.
»Shariputra, a los seres vivos de naturaleza interiormente sabia, que escuchan la Ley en boca del Buda —el Honrado por el Mundo—, creen en ella y la aceptan, y consagran un diligente esfuerzo con el deseo de escapar rápidamente de los tres mundos y de buscar adquirir el nirvana, a estas personas se las conocerá como [los que suben a] el vehículo de los que escuchan la voz. Son como los hijos que dejan la casa en llamas con la esperanza de obtener una carroza tirada por cabras.
»Los que escuchan la Ley en boca del Buda, al Honrado por el Mundo, creen en ella y la aceptan, y dedican un diligente esfuerzo, buscan la sabiduría que proviene de sí misma, se deleitan solitariamente en el bien y en la tranquilidad, y comprenden en profundidad las causas y las condiciones de todos los fenómenos, a estas personas se las conocerá como [los que suben a] el vehículo de los pratyekabuddhas. Son como los hijos que dejan la casa en llamas con la esperanza de obtener una carroza tirada por ciervos.
»Y los que escuchan la Ley en boca del Buda, al Honrado por el Mundo, creen en ella y la aceptan, y consagran un esfuerzo diligente, buscando la sabiduría amplia, la sabiduría del Buda, la sabiduría adquirida sin ningún maestro, la introspección, poderes y ausencia de temor de El Que Así Llega, aquellos que consuelan y reconfortan a incontables seres vivos, que imparten beneficios a los seres humanos y celestiales, y los salvan a todos, a estas personas se las conocerá como [los que suben a] el gran vehículo. Como los bodisatvas buscan este vehículo, se los conoce como mahasattvas. Son como los hijos que dejan la casa en llamas con la esperanza de obtener una carroza tirada por bueyes.

»Shariputra, ese hombre rico, al ver que sus hijos han salido ilesos de la casa en llamas y que ya no corren peligro, recuerda que sus tesoros son interminables, y les da a cada uno de ellos una gran carroza. Y lo mismo hace El Que Así Llega. Él es el padre de todos los seres. Cuando ve que incontables miles de millones de seres vivos pueden escapar de los dolo- res de los tres mundos y de su camino temible y peligroso atravesando el portal de la enseñanza del Buda, y que pueden de este modo adquirir los deleites del nirvana, en ese momento, El Que Así Llega piensa lo siguiente: “Poseo el acervo de la sabiduría inconmensurable e ilimitada, de los poderes, de la intrepidez y de otros atributos de los budas. Estos seres vivos son, todos, mis hijos. A todos ellos les daré imparcialmente el gran vehículo, para que no haya nadie que obtenga la extinción por sí mismo, sino que todos lo hagan mediante la extinción de El Que Así Llega”.
»A los seres que han escapado de los tres mundos les da los placenteros dones de la meditación, la emancipación y los demás méritos de los budas. Todos son uniformes en apariencia y clase, ensalzados por los venerables, capaces de producir un deleite puro, sublime y supremo.
»Shariputra, ese hombre rico primero se vale de tres clases de carruajes para convencer a sus hijos, pero luego les da a todos una misma carroza adornada de gemas, la más segura y cómoda. Pese a ello, el acaudalado señor no es culpable de falsía. El Que Así Llega hace lo mismo, y no actúa con falsedad. Primero, predica los tres vehículos para atraer y guiar a los seres vivos, pero luego utiliza solo el gran vehículo para salvarlos. ¿Por qué? El Que Así Llega posee el acervo de la sabiduría inconmensurable, de poderes, de la ausencia de temor y de otros atributos. Puede dar a todos los seres la Ley del gran vehículo. Pero no todos ellos son capaces de recibirla.
»Shariputra, por esta razón debes entender que los budas recurren al poder de los medios hábiles. Y como actúan así, establecen distinciones en el vehículo único del Buda y lo predican como si fueran tres.
El Buda, deseoso de manifestar su intención una vez más, habló en verso y dijo:

—Supón que hay un hombre rico,
dueño de una gran mansión.
Es una casa sumamente vieja,
ruinosa y en estado de deterioro.
Tiene altos salones, pero peligrosos de habitar,
los pilares tienen las bases podridas,
las vigas y cumbreras se han doblado o torcido,
y los escalones y cimientos están a punto de hundirse.
Las paredes presentan grietas y fisuras,
y el yeso se ha descascarado.
El tejado tiene agujeros y necesita reparación,
y los bordes de los aleros se han desprendido.
La cerca que la rodea ha sido derribada o vencida,
y en torno a la vivienda se apilan montañas de desperdicios.
En la residencia viven
unas quinientas personas.
Por todas partes se escabullen búhos,
lechuzas, águilas y halcones,
cuervos, urracas, palomas y torcazas,
lagartijas, serpientes, culebras y escorpiones,
ciempiés y miriápodos,
salamandras y escarabajos,
comadrejas, mapaches, lauchas y ratas,
y hordas de maléficas criaturas.
Fétidas lagunas de excremento
se abren formando riachos de inmundicia,
donde habitan escarabajos estercoleros y otras criaturas.
Zorros, lobos y chacales
mordisquean y revuelven la tierra
o desgarran cadáveres
desparramando huesos y carroña.
Esto atrae a las jaurías de canes,
que buscan jadeando algo para rapiñar
empujadas por el miedo y el hambre,
husmeando en cada lugar,
luchando, peleando, arrebatando,
mostrando los dientes, aullando y gruñendo.
Es una casa escalofriante y temible,
de aspecto perturbador.
En cada rincón moran
espectros y duendes malignos,
yakshas y espíritus del mal
que se alimentan de carne humana

o de animales ponzoñosos.
Las alimañas y aves de carroña
ven nacer sus crías, las empollan y alimentan
con el afán de ocultarlas y protegerlas,
pero los yakshas las superan en su afán
y al instante las capturan y devoran.
Pero no bien se hartan de comer,
la furia redobla en su perverso corazón,
que emite un sonido terrorífico,
provocador y violento.
Los demonios kumbhandas
se agazapan sobre las pilas de tierra
o andan a los saltos
a medio metro del suelo,
merodeando sin rumbo ni dirección,
divirtiéndose a su antojo.
A veces, aferran un perro con dos de sus patas,
y lo golpean hasta que deja de ladrar,
o plantan sus garras en el cuello del animal
aterrorizándolo por pura diversión.
Y también hay demonios
de cuerpo largo y grande
que viven en la casa,
desnudos, negros y escuálidos,
reclamando alimento a gritos
con voz atronadora y horrísona.
Y hay otros demonios,
con gargantas como púas;
algunos con cabeza de buey
que consumen carne humana,
y otros que se alimentan de perros.
Crueles y feroces,
corren y se agazapan entre aullidos y gritos,
con las greñas sucias y enmarañadas,
azuzados por el hambre y la sed.
Los yakshas y los espíritus hambrientos,
y las muchas alimañas y aves de carroña,
merodean hambrientas en cada rincón,

atisbando por las ventanas.
Así son los peligros de esa casa,
poblada de amenazas y de terrores incalculables.
La mansión, vieja y en ruinas,
pertenece a un hombre
que ha partido no hace mucho tiempo
y tampoco se ha ido muy lejos.
De pronto,
un incendio estalla en la residencia.
En un instante, por los cuatro flancos,
se eleva una masa flamígera.
Explotan las vigas, los tirantes, las cumbreras, los pilares,
y crepitan con un rugido incendiario.
Tiemblan y se desploman, partidas en dos,
mientras ceden los tabiques y las paredes.
Los demonios y espíritus
lanzan una muralla de aullidos,
y las águilas, halcones y otras aves,
y los demonios kumbhandas
se retuercen de espanto y de terror,
sin saber por dónde huir.
Las bestias pérfidas y ponzoñosas
se ocultan en sus guaridas y madrigueras,
y los demonios pishachas,
que también moran en ese lugar
por haber hecho el bien en tan corta medida,
quedan atrapados en las llamas
y se abalanzan unos sobre otros
bebiendo sangre y dentellando carne.
Los chacales y otros animales de su clase
ya han muerto a esa altura,
y las bestias de mayor porte
se pelean por devorarlos.
Crece una espesa nube de humo maloliente
que invade la casa por todos los sectores.
Y los ciempiés y miriápodos,
y las serpientes venenosas y demás de su especie,
chamuscados por el fuego,

se escabullen de sus escondites
tan solo para ser presa de los demonios kumbhandas
que se arrojan sobre ellos y se los comen.
Y, además, los espíritus hambrientos,
mientras las llamas rondan sus cabezas,
corren despavoridos sin orden ni concierto,
famélicos y sedientos, torturados por el calor.
Así suceden las cosas en esa mansión:
todo es temible y espantoso;
todo es daño maléfico y caos ardiente,
y no la afligen uno, sino muchos males.
En ese momento, el dueño de la casa
se detiene ante la puerta de entrada,
cuando escucha a alguien decir:
«Hace un rato, sus muchos hijos
entraron en la vivienda
para entretenerse jugando.
Son muy jóvenes y, al no tener uso de razón,
estarán absortos en su pasatiempo».
Cuando el acaudalado hombre lo escucha,
corre alarmado a la casa incendiada,
resuelto a rescatar a sus hijos
y salvarlos de morir entre las llamas.
Les implora que lo escuchen,
les explica los muchos peligros y amenazas,
les habla de los espíritus malignos y de las alimañas ponzoñosas
y de las llamaradas que todo lo devoran,
de la multitud de sufrimientos
que, sin cesar, se abatirá sobre ellos;
les describe las serpientes venenosas, lagartijas y culebras,
y los muchos yakshas
y los demonios kumbhandas,
los chacales, zorros y perros,
las águilas, halcones, lechuzas y búhos,
los escarabajos estercoleros e insectos similares
atormentados y azuzados por la sed y el hambre,
y todos esos espantos en verdad temibles.
¡Sus hijos no pueden permanecer en tan peligroso lugar,

y mucho menos entre las llamas!
Pero los hijos no tienen uso de razón,
y, aunque escuchan las advertencias del padre,
siguen divirtiéndose
sin cesar de jugar.
En ese momento,
piensa el hombre rico:
«Mis hijos se conducen de un modo
que suma desdichas a mis penas.
¡Hoy, en esta casa,
no hay un solo motivo de gozo;
y además mis hijos,
entregados a la diversión,
rehúsan escuchar mis órdenes
y serán destruidos por el fuego!».
Entonces se le ocurre
inventar un medio hábil
y les dice a los pequeños:
«Tengo muchas clases
de juguetes exóticos y prodigiosos,
espléndidos carruajes recamados de gemas
y tirados por cabras, y por ciervos,
y por grandes bueyes.
En este preciso momento, están al otro lado de la puerta.
¡Venid a verlos!
Los he mandado fabricar
expresamente para vosotros.
¡Podéis elegir el que os agrade
y jugar con ellos a vuestro antojo!».
Cuando los niños escuchan
esa descripción de los carruajes,
se propinan empellones para salir
a cual más veloz de la casa,
y así quedan por fin a la intemperie,
lejos de toda amenaza y peligro.
Cuando el hombre rico ve que sus hijos
han escapado de la casa en llamas
y lo esperan en el cruce de caminos,

se sienta en un sitial de león
y se felicita con estas palabras:
«Ahora estoy contento y feliz.
Estos hijos que he tenido
han sido muy difíciles de criar.
Ignorantes,  infantiles, insensatos,
se han metido en esa casa llena de peligros,
de alimañas ponzoñosas
y de duendes temibles.
Un incendio voraz la rodea
por los cuatro flancos,
y estos hijos míos
insistían en seguir jugando.
Pero ahora he podido salvarlos,
y les he permitido escapar del peligro.
Por esa razón, buenos hombres,
me siento satisfecho y feliz».
En ese momento, ven los hijos a su padre,
cómodamente  sentado,
y se dirigen a su lado
para implorarle:
«Danos, por favor,
las tres clases de carrozas enjoyadas
que antes nos prometiste.
Dijiste que si salíamos de la casa
nos regalarías tres carruajes,
para que eligiésemos el que más nos agradara.
¡Es hora de que
los recibamos!».
El hombre era más que opulento,
y poseía incontables arcas de tesoros.
Con oro, plata, lapislázuli,
nácar, ágata
y otros materiales de inmenso valor
construye grandes carrozas,
magníficamente adornadas y provistas,
con barandillas en derredor
y campanas por los cuatro lados.

En lo alto, cuerdas de oro entrelazadas
y redecillas de perlas,
y orlas con flores doradas,
que penden en gran profusión.
Ornamentos coloridos
envuelven las carrozas,
y suaves gasas y sedas
hacen las veces de cojines
sobre lienzos de la más fina confección
que, valuados en miles o en millones,
blancos, brillantes y puros,
se extienden sobre ellos.
Y también, para tirar de los carruajes,
hay grandes y blancos bueyes
de bello porte,
robustos, finos y vigorosos,
y hay también numerosos mozos de cuadra y criados
para custodiarlos y acompañarlos.
Un carruaje así de soberbio
presentó el hombre, por igual, a cada uno de sus hijos.
En ese momento, los niños
danzaron de alegría,
subieron a las carrozas enjoyadas
y las hicieron andar en todas las direcciones,
felices y entregados a la dicha,
libres y sin restricciones.
Y esto te digo, Shariputra:
yo soy como ese acaudalado hombre.
Yo, el más respetado de los venerables,
soy el padre de este mundo,
y todos los seres
son mis hijos.
Pero viven con profundo apego a los placeres mundanos
y no tienen disposición a la sabiduría.
No hay seguridad en el mundo triple;
es como una casa en llamas,
colmada de múltiples sufrimientos,
digna de temer,

constantemente asolada de pesares y de aflicciones,
derivados del nacimiento, la vejez, la enfermedad
y la muerte, cual fuegos devoradores e incesantes.
El Que Así Llega ya se ha marchado
de la casa en llamas que son los tres mundos,
y habita en serena quietud,
en la seguridad del bosque y de los llanos.
Pero ahora estos tres mundos
son mis dominios,
y los seres vivos que habitan allí
son, todos, mis hijos.
Este lugar
está plagado de dolores y de pruebas.
Soy la única persona
que puede rescatar y proteger a los demás,
pero aunque les enseño y los instruyo,
no creen en mis enseñanzas ni las aceptan,
porque, manchados por el deseo,
viven profundamente inmersos en la codicia y en los apegos.
Así que recurro a medios hábiles,
y les describo tres vehículos
para hacer que todos los seres vivos
comprendan las aflicciones de los tres mundos,
y, entonces, me lanzo a exponer
vías para que escapen del mundo.
Si estos hijos míos
se deciden a hacerlo,
pueden adquirir las tres comprensiones
y los seis poderes trascendentales;
pueden llegar a ser los que toman conciencia de la causa
o bodisatvas en el nivel del cual no hay retroceso.
Y esto te digo, Shariputra:
en bien de los seres vivos,
empleo estas semejanzas y parábolas
para predicar el vehículo único del Buda.
Si tú y los otros sois capaces
de creer en mis palabras y de aceptarlas,
con certeza, todos vosotros

alcanzaréis el Camino del Buda.
Este vehículo es sutil, prodigioso,
de pureza inmaculada;
no tiene parangón
en ninguno de los mundos.
Como el Buda se deleita en él y lo aprueba,
todos los seres vivos
deben ensalzar este Camino,
hacerle ofrendas y reverencia.
Hay infinidad de miles de millones
de poderes, emancipaciones,
meditaciones, sabidurías,
y demás atributos del Buda.
Pero si los hijos pueden obtener este vehículo,
él les permitirá,
día y noche, durante kalpas innumerables,
hallar constante solaz,
unirse a los bodisatvas
y a la multitud de los que escuchan la voz
para subirse a este carruaje alhajado
y avanzar directamente hacia el lugar de la iluminación.
Por tales razones,
aunque uno buscara con esmero en las diez direcciones,
no encontraría otros  vehículos
salvo cuando el Buda los predicara como medios hábiles.
Y te digo, Shariputra,
tú y los otros
sois, todos, mis hijos,
y yo soy un padre para vosotros.
 Durante reiterados kalpas,
habéis ardido en las llamas de un sinfín de sufrimientos,
pero yo os salvaré a todos
y os haré escapar de los tres mundos.
Aunque antes os había dicho
que habíais alcanzado la extinción,
en realidad eso era solo el fin del nacimiento y la muerte,
no la extinción verdadera.
Ahora, lo único que necesitáis

es adquirir la sabiduría del Buda.
Que los bodisatvas
aquí presentes en esta asamblea
con un único pensamiento
escuchen la verdadera Ley de los budas.
Aun cuando los budas, los Honrados por el Mundo,
recurren a medios hábiles,
los seres vivos a quienes ellos convierten
son todos bodisatvas.
Y a las personas de escaso saber
profundamente apegadas a la lujuria y al deseo,
sabiendo que son así,
el Buda les predica la regla del sufrimiento.
Entonces los seres vivos se alegran
cuando logran lo que nunca antes habían adquirido.
La regla del sufrimiento que predica el Buda
es veraz e invariable.
Y para los seres vivos
que no entienden la raíz del sufrimiento,
profundamente apegados a las causas que los hacen sufrir
e incapaces de tomar distancia de ellas ni un instante,
sabiendo que son así,
el Buda emplea medios hábiles para predicar el Camino.
En cuanto a la causa de todo sufrimiento,
sus raíces son la codicia y el deseo.
Si se erradican el deseo y la codicia,
el sufrimiento no tendrá dónde prosperar.
Erradicar todos los  sufrimientos:
he aquí la tercera regla.
En bien de esta regla, la regla de la extinción,
uno practica el Camino.
Y cuando suelta las ataduras del sufrimiento,
a eso se le llama lograr la emancipación.
¿Por qué medio
puede alguien lograr la emancipación?
Separándose de la falsedad y de la ilusión:
solo a esto se le puede llamar emanciparse.
Pero al que no haya podido realmente

emanciparse de todo,
el Buda le dirá
que no ha logrado la extinción verdadera,
porque las personas así
no han entrado aún en el Camino insuperable.
Mi propósito no es tratar
de guiarlas a la extinción.
Soy el rey del Dharma,
libre de hacer con la Ley lo que desee.
La razón por la cual aparezco en el mundo
es llevar paz y seguridad a los seres.
Y esto te digo, Shariputra:
predico este, mi Sello del Dharma,
porque anhelo
impartir beneficios al mundo.
No debéis transmitirlo en forma irreflexiva
por dondequiera que deambuléis.
Debéis saber
que el que quiera escucharla,
responda con alegría y la acepte de buen grado
ha alcanzado el nivel del que no se retrocede.
El que crea y acepte
la Ley de este sutra,
es porque ya ha visto
a los budas del pasado,
les ha dado ofrendas respetuosamente,
y ha escuchado esta Ley.
Si hay quien puede
creer en lo que predicas,
es porque me ha visto a mí
y te ha visto a ti,
y a los otros monjes
y a los bodisatvas.
Este Sutra del loto
es predicado para quienes tienen profunda sabiduría.
Si lo escuchan personas de comprensión superficial,
se sentirán confundidas y no entenderán.
Y en lo que concierne a los que escuchan la voz

y a los pratyekabuddhas,
hay cosas en este sutra
que superan sus poderes.
Hasta tú, Shariputra, en lo que respecta a este sutra,
solo has podido obtener el acceso a través de la fe.
¡Cuánto más válido ha de ser esto en el caso de los demás discípulos
que escuchan la voz!
Si esos otros discípulos que escuchan la voz pueden abrazar este sutra,
no es gracias a la sabiduría que poseen,
sino a que creen en las palabras del Buda.
Asimismo, Shariputra,
no prediques este sutra
a personas holgazanas o arrogantes,
o engañadas por sus ideas sobre el yo.
A los que tienen la comprensión superficial de las personas comunes,
hondamente apegadas a los cinco deseos,
no se lo prediques,
pues no podrán comprenderlo.
El que no tiene fe en este sutra
y, en cambio, actúa contra él,
inmediatamente destruirá todas las semillas
que le permitirán ser un buda en cualquier mundo.
O tal vez lo rechace con el ceño fruncido,
y sienta dudas o perplejidad.
Escucha y te diré
la retribución que alguien así deberá enfrentar.
Ya sea que el Buda se encuentre en el mundo
o ya haya entrado en la extinción,
si esta persona actuara contra
un sutra como este,
o si al ver a los que leen, recitan,
copian y proclaman este sutra
los despreciara, odiara, envidiara
o tratara con rencor,
la retribución que alguien así deberá enfrentar,
escucha, es la que ahora te diré:
cuando su vida concluya,

entrará en el infierno Avichi,
donde permanecerá confinado durante un kalpa entero,
y cuando ese kalpa termine, volverá a nacer en ese lugar.
Seguirá repitiendo este ciclo durante
incontable número de kalpas.
Aunque salga del infierno,
caerá en el reino de los animales,
y será un perro o un chacal
flaco y zaparrastroso,
oscuro, descolorido, con costras y llagas,
objeto de la saña de los hombres.
O bien será
odiado y despreciado por los hombres,
constantemente acosado por el hambre y la sed,
huesudo y carniseco,
expuesto a tormentos e infortunios en vida,
y enterrado en la muerte bajo piedras y lajas.
Por haber cercenado las semillas de la Budeidad,
esta es la retribución que padecerá.
O si nace como camello,
o con la forma de un asno,
su cuerpo cargará pesados bultos sin descanso,
y será azotado con fustes o látigos.
Su único pensamiento será el agua y el heno,
y no querrá saber de otras cosas.
Por haber actuado contra este sutra,
esta es la retribución que sufrirá.
O nacerá como chacal
que ronda por las aldeas,
sarnoso y con costras,
tuerto,
golpeado y zurrado
por los niños,
expuesto al tormento y al dolor,
a veces hasta el borde de la muerte.
Y cuando muera,
renacerá nuevamente en un cuerpo de serpiente,
largo y grueso,

de quinientos yojanas de longitud;
será sorda, necia y sin patas,
condenada a avanzar arrastrándose
mientras las pequeñas alimañas
la muerden o se alimentan de ella,
día y noche, sobrellevando la adversidad
sin tregua.
Por haber actuado contra este sutra,
esta es la retribución que padecerá.
Y si nace como ser humano,
tendrá facultades estériles y burdas,
será débil, ruin, encorvado, tullido,
ciego, sordo, jorobado.
Cuanto diga
nadie lo creerá,
y de su boca saldrá un hedor repulsivo.
Los demonios se valdrán de su cuerpo
pobre e inferior,
objeto de las órdenes ajenas,
plagado de muchos males, flaco y enjuto,
sin tener a quién acudir.
Aunque se acerque a los semejantes,
los demás nunca lo tendrán en cuenta.
Aunque gane algo,
de inmediato lo perderá o lo olvidará.
Aunque practique el arte de la medicina,
y, con sus métodos, logre curar la enfermedad de una persona,
esta contraerá otra afección
y probablemente acabará muriendo.
Y cuando él mismo enferme,
nadie lo cuidará ni le dará tratamiento,
y aunque tome un buen remedio,
su condición empeorará.
Cuando los demás cometan actos de traición,
saqueo y robo,
la culpa de tales faltas
injustamente se abatirá sobre él.
Una persona transgresora de esta clase

jamás verá al Buda,
al rey de los muchos venerables,
predicar la Ley, enseñar y convertir.
Una persona transgresora de esta clase
constantemente nacerá en medio de dificultades,
alienada, sorda, de mente confusa,
y jamás escuchará la Ley.
Durante kalpas incontables,
numerosos como los granos de arena del Ganges,
nacerá sordomudo,
con las facultades disminuidas,
constantemente habitará en el infierno,
por el cual deambulará como si fuera un jardín,
y en los demás malos senderos de la existencia
se sentirá como en su propio hogar.
Y adoptará las formas de
camello, asno, cerdo y perro.
Por haber actuado contra este sutra,
esta es la retribución que sufrirá.
Y si nace como ser humano,
será ciego, sordo y mudo.
Su único adorno será
la pobreza, la necesidad y la decadencia en todas sus formas;
y llevará por todo atuendo
escaras, llagas, úlceras,
ampollas, diabetes
y enfermedades de esta gravedad;
su cuerpo siempre apestará,
mugriento e impuro.
Profundamente apegado a las ideas sobre su yo,
vivirá a merced de la ira y del odio;
sentirá la fiebre de un deseo lujurioso,
y no rechazará ni a las bestias ni a las aves.
Por haber actuado contra este sutra,
esta es la retribución que padecerá.
Y te digo, Shariputra,
si me pusiera a describir las retribuciones negativas que caen
sobre las personas que actúan contra este sutra,

tardaría un kalpa entero y, así y todo, no finalizaría nunca.
Por este motivo,
expresamente te digo
que no prediques este sutra
a personas sin sabiduría.
Pero a aquellos de lúcida capacidad,
sabios y conscientes,
de gran saber y de buena memoria,
dispuestos a buscar el Camino del Buda,
a esas personas
está bien que se lo prediques.
Y a los que han visto
a cientos y miles y millones de budas,
y han plantado muchas buenas raíces
y tienen una actitud firme y de hondo compromiso,
a esas personas
está bien que se lo prediques.
Y a los que son diligentes
y cultivan a cada instante una actitud compasiva,
y no escatiman el cuerpo ni la vida,
está bien que se lo prediques.
Y a los que son respetuosos y reverentes
y no se distraen en otra cosa,
a quienes se apartan de la ignorancia general
y se marchan a vivir solos, entre ríos y montañas,
a esas personas
está bien que se lo prediques.

Asimismo, Shariputra,
si ves a una persona
que expulsa a los malos amigos
y se relaciona con buenas compañías, a alguien así
está bien que se lo prediques.
Si ves a un hijo del Buda
que observa los preceptos, limpio e intachable
como una gema pura y brillante,
en busca del sutra del gran vehículo,
a alguien así

está bien que se lo prediques.
Y a alguien sin ira,
recto y de talante bondadoso,
siempre apiadado de todos los seres,
y reverente y respetuoso con los budas,
a alguien así
está bien que se lo prediques.
Si ves a un hijo del Buda
en medio de la gran asamblea,
y observas que, con actitud pura,
emplea diversas causas y condiciones,
semejanzas, parábolas y otras expresiones
para predicar la Ley en forma libre e irrestricta,
a alguien así
está bien que se lo prediques.
Si hay monjes que,
en bien de la sabiduría amplia,
buscan la Ley en todas las direcciones
con receptividad y gratitud, y unen las palmas
con el único deseo de aceptar y abrazar
el sutra del gran vehículo
y no aceptar una sola estrofa
de los demás sutras,
a esas personas
está bien que se lo prediques.
Y al que busca este sutra
con corazón serio y sincero
como si buscara las reliquias del Buda,
y al adquirirlo y aceptarlo con gratitud
no mostrara intención
de ir en busca de otros sutras,
y no pensara ni una sola vez
en las enseñanzas no budistas,
a alguien así
está bien que se lo prediques.
Y te digo, Shariputra,
si describiera todas las características
de los que buscan el Camino del Buda,

podría tardar un kalpa entero, y no finalizaría jamás.
Las personas de esta clase
son capaces de creer y de entender.
Por lo tanto, a ellas debes predicarles
el Sutra del loto de la Ley prodigiosa.